Después de un mes en Shanghai, empecé a sentir los efectos del frenético ritmo de vida que se respira en la capital financiera de China. Me preguntaba cómo era posible que tanta gente viva de esa manera. Mejor dicho, cuál era su “descargo” luego de tanto trabajo. Esa inquietud me llevó a descubrir muchos aspectos de la sociedad china que son difíciles de conocer desde “afuera”, donde se impone esa imagen sin sentido del chino como un autómata que solamente trabaja las 24 horas del día. Más bien se diría que son fieles seguidores del “work hard, play hard” (“trabaja duro, juega duro”).
Lo primero que llama la atención de un extranjero es el significado litúrgico de la comida. La comida china se destaca por su diversidad de ingredientes y sabores, muchos de los cuales sorprenderían a cualquier paladar occidental y hasta podrían causarle un poco de miedo. China es un país muy vasto y cada región aporta sus propias tradiciones culinarias (Noodles de Lanzhou, pato pekinés, comida cantonesa…) También, la hora de la cena es un momento crucial para hacer negocios.
Otra actividad preferida para entablar negocios es el karaoke. Por toda China existen establecimientos llamados “KTV”, que consisten en habitaciones privadas para hacer karaoke. Es muy difícil para un chino conseguir pareja si no sabe cantar. De hecho, Peng Liyuan, la esposa del presidente chino Xi Jinping, es una cantante muy famosa en el país.
Entre tantas distracciones, lo que más me interesó en ese momento fueron los templos. Entre el tráfico y los rascacielos se esconden muchos santuarios antiquísimos que se conservan con el mismo aspecto de hace mil años. Entrar a un templo y ver a los monjes desarrollar sus rituales cotidianos contagia una paz y un silencio que parecen apartarte del resto de la ciudad.
Siguiendo esa búsqueda de tranquilidad, un amigo me recomendó visitar uno de los tantos “pueblos de agua”. En las afueras de Shanghai existe uno particular conocido como “la Venecia china”. Habiendo ya conocido Venecia, me dió mucha curiosidad descubrir hasta qué punto este apodo se ajustaba a la realidad en una cultura tan diferente a la italiana y, apenas pude, emprendí camino hacia Zhujiajiao.
Después de 2 horas de viaje en subte y tren, dejé la estación sin tener muy en claro adónde ir; el pueblo parece normal. Pero luego de caminar un poco, las calles se tornan más y más angostas hasta convertirse en puentes.
Las cuadras son como pequeñas islas interconectadas. Algunos canales se extienden por muchos kilómetros y la distancia de orilla a orilla es bastante mayor que en Venecia. La arquitectura es típicamente asíatica, con tejados curvos y lámparas rojas por doquier.
También están presentes los “gondoleros”. Aunque la diferencia más notable es la ausencia de turistas internacionales. No recuerdo haber visto ningún turista extranjero en este pueblo, los cuales saturan Venecia todos los días. La gran mayoría del turismo en China es interno; es decir, casi todos los turistas provienen de otras ciudades de China.
Tal vez el momento en el que más me sentí en el norte de Italia fue al caer el sol, cuando el bullicio de la gente se apagó y solamente se escuchaba el sonido del agua en los canales. En ese momento pensé no en la Venecia que conocí, sino tal vez en una Venecia más antigua e íntima, donde la única preocupación es pescar lo suficiente para vivir.
Zhujiajiao es sin dudas una experiencia única.